Capítulo cuarto. De perros muy humanos y distancias relativas.

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Ya en algún viaje previo a la sierra oaxaqueña nos habíamos percatado de una ley filosófica y física innegable. La relación tiempo – distancia es relativa al estado (entidad federativa weyes) en que te encuentres. Allá en la sierra oaxaqueña es increíble que todo está a diez minutos, y no importa sin son 5, 10 o 20 km de distancia, siempre que preguntas por un lugar las instrucciones de rumbo vendrán acompañadas de “acá a diez minutos”, no importa si preguntas o no el tiempo que tardarás en llegar a tu destino.

Por fin hemos atravesado la primera de las tantas fronteras que nos proponemos. Nos perdemos en varios pueblitos poblanos buscando la salida para Atlixco. Cada vez que preguntamos nos dicen “acá a 200 metros”. De nuevo se comprueba la ley de la relatividad en la relación distancia- tiempo. No importa si es un kilometro o tres, acá todo está “aquí a 200 metros.”

Acá también encontramos las primeras expresiones de desprecio.

- ¿disculpe como salgo para la carretera a Atlixco?
- Acá derecho a 200 metros y luego a la derecha 200 metros y luego a la izquierda 200 metros, y luego vuelta en u 200 metros…
- Perdón es que no pude hacer la suma , pero ¿estamos muy lejos?-
- No que va como a diez minutos, bueno en esa cosa a lo mejor un poco mas…

La puta madre, lo que no está a 200 metros está a diez minutos, quizá acá los metros son de mil centímetros y los minutos de 600 segundos porque hemos tardado mas de una hora en salir y ya nos alcanzó la noche.

Acá descendiendo de la montaña descubro que los monstruos come millas en potencia son desorientados de nacimiento, olvidan cada determinado tiempo, o después de ciertos kilómetros, la ubicación del norte, pero lo mas increíble es que son testarudos, se empeñan en asegurar que el sol sale por el poniente y se pone por el sur. Con asombro descubro que a estos monstruos o los educas a madrazos o los dejas que se equivoquen, y aunque no van a reconocerlo jamás van a rectificar su andar ante la inminente realidad. Lo bueno es que este monstruo que me tocó por compañero es dócil y sólo se encabrona cuando no lo corriges.
- puta forma que tiene usted de enseñar, no deje que me equivoque
- a callar! que lo eduquen en su casa.

También acá descubro que los humanos y los perros son igual de gandallas. No se si los humanos volvieron gandallas a los perros, o los perros le enseñaron a la humanidad la importancia del gandallismo para evitar la extinción.

Llegamos finalmente a la carretera que tanto buscamos. Una carretera híper transitada. Al llegar al crucero, descubro a lo lejos a una jauría de perros domésticos que se organizan para juguetear correteando las llantas de los trailers. El juego me parece divertido en primera instancia e ilustrativo en segunda, pienso que los perros son muy básicos, muy simples, y que se divierten fácilmente. Claro que cuando me doy cuenta que hemos sido identificados como un blanco fácil, he decidido corregir mi postura. De pronto, no sé de donde aparece una cantidad de perros que no estaba en mi primera reflexión. Literalmente la manada crece en unos segundo y nos vemos rodeados por un grupo de colmillos agresivos. Nos detenemos para observar el mapa y rectificar nuestra ruta. En los dos minutos que ha durado nuestra parada la jauría se ha organizado alrededor nuestro, todo parece normal, observo rápidamente a los canes y me doy cuenta que con un ojo nos ven y con el otro se hacen los distraídos, me recuerda las carícaturas donde un personaje silva con las manos en la bolsa mientras patea piedritas y con los ojos vigila. No bien hemos arrancado el motor la jauría ataca. El monstruo detiene la marcha y me ordena ¡apedree a esos cabrones!. Impulsado mas por un claro instinto de supervivencia que por valor alguno, me apeo de la moto y recojo piedras, la primer reacción de los canes es alejarse al ver mi movimiento, normalmente basta con simular levantar una piedra para que los canes se alejen, sin embargo uno de ellos no se inmuta, se acerca enseñando los colmillos y dispuesto a atacar. Yo, amigo de la paz, enemigo del maltrato a los animales, debo confesar que sentí un enorme placer al escuchar el chillido del can al recibir una pedrada en el hocico y salir corriendo entre gemidos de dolor seguido por sus compañeros. Pateo el piso cual simio, agito los brazos y lanzo piedras, logro ahuyentarlos.

- Malditos perros gandallas- dice el monstruo desde la moto-
- Si, pero no evolucionaron y les falta este dedo- le respondo mientras le muestro mi dedo medio-

Capítulo tercero. Lo no prohibido es permitido.

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Salimos después de muchas vueltas y pueblos pequeñines a la autopista. Durante las primeras horas del viaje no había yo sido conciente del peligro real en el que nos encontrábamos con tan incipiente cabalgadura. Esa tarde supe lo que no sabía, lo culero que se siente que un auto te rebase a mas de 100 Km./h mientras cabalgas sobre 125 cm3 de a menos de 70 Km./h. Acá es donde comprendí por qué es que ahora el miedo anda en moto, las líneas veloces del pavimento, ver de tan cerca la textura del mismo mientras imaginas como raspa y quema al derrapar por él, imaginar en un pequeño intento vectorial la curva que describiría un cuerpo de mi complexión y peso al ser lanzado por lo aires, cuántos metros, que fuerza es necesaria, cuantos Kg. de fuerza en el impacto, que velocidad.

- recuerde, si nos caemos por razón alguna no meta pies o manos, recójalos y espere el putazo, literalmente lo mejor es caer echo bola- dice el monstruo mientras comienza a comer aquello que le definirá para la historia, millas de asfalto.

En tales reflexiones me encontraba cuando intempestivamente el monstruo interrumpió la loca marcha para proponer:

- Busquemos una salida alterna de esta maldita autopista, si logramos llegar a la caseta vivos nos van a cobrar carísimo el peaje, no creo que valga la pena pagar 80 varos por el derecho a ser atropellados por un sicótico que se dirige o regresa, según se va o se viene, de la ciudad de Puebla.

- Es lógico e inteligente lo que propone amigo mío, pero me queda una duda antes de aprobar vuestra propuesta, ¿no es ilegal hacer eso?

- Cállese pendejo! Lo que no está prohibido está permitido, y no veo ningún letrero que diga “no salirse de la autopista antes de la caseta para no pagarla”.

- Si amigo mío pero hay una cerca, que por obvias razones significa no pasar.

- Ah cómo es usted pendejo!, mire bien, no puede pasar un auto, sin embargo acá hay el espacio suficiente como para que pase un peatón o una motocicleta, incluso una cabalgadura animal podría pasar por ese espacio, por ende la cerca aplica para autos, mas no para peatones o cabalgaduras animales o motorizadas. Además acá está esa carretera secundaria y desde esta colina veo que corriendo por ella cerca de 20 km hemos de llegar a la carretera paralela a esta pero sin peaje.

- Ah! bendito sea el derecho y vuestras interpretaciones, benditos los ingenieritos de estas autopistas, bendito…

- Cállese pendejo y ayúdeme a pasar la moto que no lo traje para filosofar!

Capítulo Segundo. Desviaciones, cilantro, epazote y hierbabuena.

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Y pues todo podría haber ido bien, y de buena manera, de no ser porque hice caso omiso de mi instinto de perro viajero y en el crucero de Amayuca permití que el monstruo en potencia trazara una ruta perdida por las cercanías del volcán. La verdad es que no me quise ver envuelto en una discusión insulsa sobre la ruta más lógica, he decidido dejar que todos aprendamos cagándola.

Allá vamos, fuera de la ruta principal en busca de nuevos caminos, de lugares extraños, intransitados, con lugareños huraños, con perros salvajes, de fríos, cerca, muy cerca del volcán.

Alto muy alto estamos
Lejos muy lejos vamos
Lento muy lento ascendemos
Bello muy hermoso es el paisaje
Antojase para loas antiguas
Sabe a leña el sendero
Huele a limpio el viento
Del color de la tierra la gente
De acento cantado
Si pueess, si pueess.
Allá donde la normal manda
Acá donde se da la trucha
Allá donde el volcán ronca
Acá donde el pavimento se trunca
Allá donde el polvo es la vereda
Ahí donde el pueblo no olvida…
Epazote Cilantro y hierbabuena…

Y en esas andamos andando, Temoac, Zacualpan, Tlacotepec, Tetela, Hueyapan. Afortunadamente ganamos todas las batallas contra los canes, desgraciadamente en la tercera y última batalla dentro de tierras morelenses fui alcanzado por un afilado colmillo en la que de ahora en adelante será la pierna mala, no por las secuelas sino porque como veremos a lo largo del camino(relato), llevará todas las heridas de guerra.

En una vuelta encontramos una pequeña empacadora donde el delicioso olor de un condimento conocido nos llenó la nariz.
- ah! Que rico, cilantro- dijo el monstruo en potencia- mientras aspiraba el aire.
- Epazote pendejo!- repuse mientras castigaba su error con un sape correctivo.

Acto seguido me sentí culpable y pedí ser corregido, lo que olíamos era hierbabuena, ah que par de citadinos tan ignorantes.